Pensar con las tripas
Amamos las cosas que elegimos amar pero también lo que se nos escapa. Mentira. Eso no es amor: eso es deseo, el anhelo de cruzar esa puerta, habitar el misterio, andar el camino vallado, la fruta prohibida. A mí me sucede con lo que voy a contar ahora. Fue la única nota que tomé en nuestra última sesión de terapia en pareja: “pensar con las tripas”. “¿Y cómo se hace eso?” —no pude evitar preguntar. Es que suena bien, me parece un buen plan para esta vida ya sin plan: pensar con las tripas, escuchar cómo suenan los guijarros del corazón, sentir la sal de la mar, dejarte atravesar por lo vivido, no ser un sieso como Sartre: “Nunca arañé la tierra, ni tiré piedras a los pájaros, ni busqué nidos. Los libros fueron mis pájaros y mis nidos”. Eso al menos lo tengo claro, pasar de puntillas no es vivir. “Pensar con las tripas es todo un arte” —me respondió la tía. Ahí se quedó la cosa.
Leo, entiendo, escucho. Si rasco un poco, tras esas tripas entiendo que se cobija el Yo de Sigmund Freud, don…

