Pensamos que todos los veranos son el mismo verano pero qué va, cada uno es un crisol de cosas que han sido, que están siendo, que serán. Como en el teseracto de Interstellar, tu yo de veintipocos años anda descubriendo el mundo, imaginando quién será, soñando con un futuro mejor —es este en el que estás, desde el que lees esta carta. Seguimos igual de perdidos, pero una cosa (quizá) ha cambiado: ya te perdonas, lo hiciste lo mejor que pudiste, qué pena no poder decírselo. Decírtelo. Qué pena no poder anticipar ese saber, saber como saben los gatos o los reyes, cuando ya han soltado todas las amarras.
De igual manera, tu yo del mañana es plenamente consciente de que se acerca al final de camino. Un río que pronto será mar. Imagino a Laura con el pelo blanco, sé que estará en paz, caminará lento, sus arrugas serán un mapa de cosas bonitas, seguirá siendo bellísima; ya sin quienes la engendraron, sus ojos del color de atardecer, apagándose como el sol de cada día. Estoy seguro de que todas las cosas que hoy nos perturban serán entonces migajas, lo que hoy es lumbre mañana será rescoldo, aún así es imposible advertirte a ti misma: “no pierdas tiempo con esa tontería”.
Por eso no tiene sentido escribirle a mi yo del mañana; no le escribiré una carta, no enterraré bajo los almendros de mi madre una “cápsula del tiempo Westinghouse”, no haré promesas yermas, lo que sí puedo hacer (y pienso hacer) es dedicarle un poquito de tiempo a mi yo de hoy, a este pavo que firma las cartas. Voy a ser sincero contigo: lo quieres hacer bien pero no es suficiente. Hablas desde el corazón, escuchas a quien te habla, habitas la fragilidad, tienes paciencia, eres consciente pero hace falta más. No basta con hablar desde el corazón: tienes que atravesarlo. Dejarte avasallar es la victoria. Tiene razón Mary Oliver: “La alegría no se hizo para ser una migaja”.
Confesé aquí hace un tiempo que a lo largo de estos meses sentí que le había fallado a Laura. Cuando lo expresé, una lectora (Luisa Castrillón) me envió este mensaje: “Lo habrías hecho si esa promesa hubiese sido hecha a la ligera, o sin intención de cumplirla. No fue el caso. Lo que pasó después es la vida, las cosas no siempre salen bien”. Qué tremendo: lo que pasó después es la vida.
Sé que un día llegaré a casa y no estará Tractor. No estarás, mi amor. Llevo meses anticipando este duelo, pero no puedo, no sé, no estoy preparado para perderte: no quiero vivir sin ti. Me ha calmado leer esto de Gueorgui Gospodinov: “Me topo con la ecuación de Dirac, la del entrelazamiento cuántico. Cuando dos sistemas han estado interactuando de forma muy intensa y de cerca, cuando han vivido juntos, me lo traduzco, y luego se separan o son obligados a separarse, siguen conectados de una manera especial. Y si algo ocurre en uno de los sistemas, lo mismo o algo parecido ocurre en el otro sistema, aunque esté a miles de kilómetros de distancia del primero. Un consuelo en casos excepcionales, muerte y separaciones”.
No anticipes, no juzgues, no busques atajos: no los hay. Es viviendo como se aprende a vivir.
Laura perdonó a sus padres hace tiempo, yo también (o más bien, me perdoné a mí mismo por pretender ser pájaro sin nido: me equivoqué, mamá). Es que hace poco leí algo que me impactó: “Uno no se vuelve adulto hasta que no perdona a sus padres”. Te aseguro (confía en mí) que un día te arrepentirás muchísimo si no lo haces ya.
Hace poquito comimos con Eva Serrano y Santi Isla, frente al mar, hacía calor pero no importaba: fuimos felices, brindamos porque sí, con la certeza de que la vida será exceso o no será. Cuando Eva habla Laura y yo escuchamos, habla desde un lugar extraño, tiene el invierno dentro, ve cosas que los demás no vemos. Se esconde bajo un millón de guijarros. En algún momento trajo a la conversación un consejo de su padre, Luis Serrano. Un mantra en torno al derecho a equivocarte: “Como no soy río, vuelvo cuando quiero”. Sigo nadando en esa frase.
En ajedrez se dice que el defensor está en zugzwang si cualquier movimiento (cualquier movimiento) empeora su situación. En la vida a veces sucede lo mismo, creo que lo mejor que puedes hacer cuando estás en zugzwang es irte a la cama. Mañana será otro día.
No creo en las medias naranjas (sí, soy el de La naranja entera) pero hoy he leído un haiku de Alejandro Jodorowsky, que es un mago sin sombrero picudo, y algo ha crujido aquí dentro: “El amor no elige, reúne la unidad que estaba separada”.
De tanto en tanto guardo un tuit. Repaso los últimos; hay ilustraciones de Hockney, un artículo de Manuel Vicent (“Fue cuando el mar te enseñó a unir tu respiración a la de todo el universo junto al primer amor”) y esta cita de Heidegger: “Somos los invitados de la vida”. Nada más. Y los invitados, un día, se van.
Eres lo que miras.
Hay tiempo. Nos queda tiempo, pero no lo podremos decir siempre. Así que suelta las amarras, dile que lo sientes, rómpete sin cautela, escucha el sonido de la lluvia, báñate al atardecer, prende la candela, compra esos billetes. Es ahora.
Con este texto se despiden las cartas íntimas de cada sábado por mañana hasta la vuelta del verano. Necesito descansar. Necesito calma. Seguiré enviando Claves durante todo el mes de julio, lo pausaré en agosto (por supuesto no se cobrará ese mes: ni tampoco se admitirán nuevas suscripciones) lo que sí haré es seguir contestando vuestras preguntas en el Consultorio sin miedo.
Las personas que formáis parte de esa pequeña comunidad de gente sensible podéis bucear en el histórico, escuchar Un ratito en casa, volver a las Correspondencias, comprar cositas buenas en El club Claves.
Importante: los próximos encuentros físicos. Dos fechas clarísimas en el calendario, Menorca el viernes 19 de septiembre (en Sant Joan de Binissaida) y Valencia el jueves 2 de octubre (en Helen Berger). Comparto estas semanas más detalles.
Os deseo un verano lleno de luz, consciencia y alegría.
Como quería algo especial, le encargué la ilustración de la carta a mi admirada Angelina Montero. Aquí, los porqués tras su obra: bit.ly/hay-tiempo
Feliz vida. Se hoja antes que rama y llegaras a las raices