“Al final, ¿qué es el amor -dijo Azabache-, sino el deseo de dejar a un lado la competitividad evolutiva para facilitarle a otra persona su paso por la vida?”.
Es un párrafo de unas páginas particularmente extrañas de "Mañana, y mañana, y mañana" (Gabrielle Zevin), una historia de amor un poco ajena a lo que yo entendía como una historia de amor. Es que me preguntan mucho eso, vete tú a saber por qué: “¿Qué es para ti el amor, Terrés?”. A lo mejor es porque esta primavera me casé de nuevo (siete años después) con la misma mujer pues porque por qué no. La última vez (que me preguntaron) fue esta misma semana, en un rincón bellísimo de la costa Amalfitana, frente a la Conca dei Marini, el sol arrebatado sobre el azul infinito del mar Tirreno: “Che cos’è per te l’amore?” Fueron unos días extraños, Laura en casa (por culpa de una cervicobraquialgia), yo nada más que conmigo en el hotel más romántico que he pisado nunca. La vita è strana. Observo el resto de mesas: manos entrelazadas, palabras bajitas, el corazón en el futuro. Así que tuve tiempo para pensar en la respuesta.
El lugar al que quieres volver. No imagino una mejor manera de expresarlo: el lugar al quieres volver. Mi casa es donde tú estás, amor mío. Alguien que es viaje y destino (si es solo una de las dos cosas, no bastará) alguien con el que quieres caminar (ni delante ni detrás, a su lado) pero también habitar la quietud. Cuando estar es suficiente. El abismo ante su ausencia. Saberte esperado, los silencios compartidos, que te vean (“ser visto”: tus luces pero también tus sombras) y aún así que te elijan. A mí esto me sigue sorprendiendo. La certeza de que no habrá juicio, elegir bien tus batallas (este hogar es en realidad tu batalla más importante), el amor es amor porque convive con sus cicatrices —si no, tan solo será encantamiento.
Ser dos en este viaje, aceptar que ella es ella, y yo soy yo. Cuidar especialmente (protegerlo con uñas y dientes, con el hacha de Gimli, la espada de Aragorn: Narsil) ese espacio: donde ella pueda ser, donde ella sea capaz de brillar. Hacerte la pregunta: ¿estoy ayudando a que sea la mujer que está destinada a ser? Ser su orza y no su ancla, “tratar de hacer mejores a las personas que quieres —y nunca frenarlas, ser abono y no techo, camino y no fango”. Que estemos juntos porque juntos nos hacemos mejores, porque el mundo es mejor. Escucharla. Con las entrañas, la cabeza y el corazón. No juzgar, no tener prisa, no pretender ser su padre, ni su colega, ni muchísimo menos su hijo: has de ser su roble. Un roble donde ella pueda cobijarse, dejarse caer, afuera llueve pero tus ramas guarecen sus miedos, no estás aquí para salvarla: nadie puede salvarla salvo ella misma. Estás aquí para que pueda descansar, dejarse caer, ser tan ella como pueda serlo, que toda tu fuerza tenga esa sola misión: ser su madriguera.
“La incapacidad de imaginar otra existencia, la vida de otra manera, los días sin ese cuerpo”, es raro escuchar a Leila Guerriero hablar de amor. Pero es que creo que exactamente es eso —la imposibilidad de imaginar la vida sin su piel. También ese ejército de dos de Claudia Masin: “un ejército de dos, aunque parezca modesto, inofensivo, puede hacer temblar la tierra”. Cuando todo es peor sin ella, y ese alguien preña de flores tu mundo, se hace chica la tristura, cuando es fácil creer. Escribí una carta titulada Amor hace más de una década. Todavía no la conocía. Terminaba así: Amor es, en fin, no querer que se vaya.
Nunca.
Ni delante ni detras a su lado… ser el roble que cobija… Ayer decias que tu carta iba ser cursi, eso no es ser cursi, es la mas bonita declaración de amor a alguien!!! 💞
Me encanta lo de ser orza y no ancla. Me acuerdo de aquella carta. Que bonita definición del amor nos has regalado esta mañana. Que ha gustado mucho el párrafo con el que empieza la carta, porque facilitarle al otro su paso por la vida, debería ser algo habitual en un mundo a veces tan hostil, no solo a nivel amor de pareja, como algo a tener en cuenta hacia los demás. Qué gusto tus cartas de nuevo los Sábados ☺️