Ya está aquí la primavera. Estallan las flores, despierta la piel y el entusiasmo se hace ancho en las terrazas del barrio. Tiemblan las calles bajo el aroma del jazmín, el tranvía llega puntual a la Malvarrosa, todo huele a renacimiento. El calendario sekki nos regala uno de sus más bellos haikus: los gorriones empiezan a anidar. El deseo se derrama por la nuca, roza lento tu espalda, las buganvillas caligrafían su belleza sobre las paredes de cal blanca, sé que es tiempo de amarnos ingenuamente, rebañar el plato, comernos la vida. No para mí. ¿Qué hace uno cuando tiene la sensación de que esta vez no llegará la primavera? De que cruzará nuestra puerta sin llamar, será para otros, que te vaya muy bien, alegría.
Los días se igualan cuando la enfermedad se instala en casa. Los martes ya no pesan pero tampoco celebramos los viernes. El aire se hace denso. Duermo peor, de nada sirven los recursos de siempre (dos de magnesio, una de melatonina, Lexatin si volvemos de Urgencias) cuando es el miedo quien gobierna el barco. Me pregunta gente que quiero: “¿Estás bien?”. “Sí” —les miento porque no tengo fuerzas para dar explicaciones. Qué imbécil, si soy a mí mismo a quien estoy engañando. Me cuentan sus historias, lo hacen para cobijarme en su cariño (lo sé) pero yo tan solo quiero que esto se acabe. No estar aquí. No escribir esta carta. Que no hubiese pasado lo que está pasando. Observo cómo Laura ilustra en la terraza, la miro a través del cristal, está sentada (en el suelo) frente a un lienzo inmenso, que reposa sobre una sábana manchada con sus ceras al óleo y acrílico. Su dulzura (estas semanas) se ha transformado en el rugido de una pantera, es un animal (bellísimo) protegiendo a su camada. Tractor duerme a su lado. Su próxima exposición se titulará ‘Libertad’. Qué bonito es verte cruzar galaxias, amor mío.
Vuelvo a un libro que tiene sobre la mesa (me cuesta leer estos días) se titula El año mágico. Tiene el marcapáginas sobre Ostara, la diosa pagana de la primavera, el equinoccio de lo que nace. Ostara, aquella que brilla. A partir de hoy, los días serán más largos que las noches. La ilustración, obra de Tijana Lukovic, representa a la diosa bailando sobre un prado verde, es de día, la rodean flores silvestres, conejos pardos, pájaros alzan el vuelo sobre sus manos. Transpira armonía. Está vivísima. No leo mucho, pero disfruto coleccionando palabras, añado una nueva a mis notas: Oubaitori. “The idea that people like flowers bloom in their own time and take their own individual journeys”. Está formado por cuatro kanjis que representan cuatro árboles: 桜梅桃李. Cada uno encontrará su momento para florecer. Tu camino es tuyo, de nadie más.
Tractor cruza el salón, bebe un poquito de agua, se sube (le cuesta, pero lo consigue) al sofá desde donde escribo esta carta, se enrosca sobre mi regazo. Su ronroneo arranca con suavidad, pero poco a poco se agrandan las notas, es la sinfonía perfecta de una orquesta infinita —y el amor (este amor) hace añicos cada recelo. La sombra es ahora luz. Su ronroneo ara mi tierra, quiebra cada cerrojo, noto el calor sobre la piel, ya está aquí la primavera. Es verdad, cuando quieres te quieres. Tan solo hay que abrir las ventanas, dejar entrar (como un vendaval) cada sentir, no tener miedo al miedo.
Que bonita carta Jesús, pase lo que pase siempre quedará el amor. Me quedo con esta frase "Tan solo hay que abrir las ventanas, dejar entrar (como un vendaval) cada sentir, no tener miedo al miedo." También me la voy a guardar. Un abrazo enorme.
Seguro que Tractor, tumbado en esa terraza con Laura, aprecia el olor de la buganvilla, del jazmín y escucha a los pájaros piar a lo lejos y dentro del aire denso de estos días tan duros, seguramente llegue una brisa amable de primavera también para él. ♥️