Un millón de veranos dentro
Este verano no habrá noche de San Juan en la Malvarrosa y va a ser extrañísimo, porque si existe una noche especial para mí es precisamente esta; los pies en el agua, las plegarias del incrédulo -miles de ateos celebrando una misa pagana en esta iglesia sin crucifijos que es el mar bañado por la luna- y esta consciencia de estar vivo, recuerdo noches horribles y noches incandescentes pero desde luego ningún San Juan trivial, ese sentir que intuyo en Lo que hay que hacer, “de pronto, me embiste una armonía majestuosa, tensa, matemática, ese poder que dan la elevación y el éxtasis”.
Este verano, digo, no encenderemos llamas sobre la arena pero el sol seguirá danzando allá lejos, ajeno a nuestras tonterías -como un chico triste y solitario- como un bailarín extraño a su público en un salón lleno de espejos. Leo en algún medio que a este verano no se le puede llamar verano, como si fuese una cosa que se puede comprar, como si el verano fuese una foto en un marco de Ikea. Un verano sin Mald…
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