Un hilo invisible
Ayer pasó una cosa extraña en la firma de libros. Algo que no suele suceder porque yo estoy ahí a lo que estoy —dedicar tiempo, cariño, escuchar con el corazón, es que creo (de verdad) que cada minuto que un lector dedica a un escritor es un regalo. Así lo entiendo. Los libros tienen algo mágico (además de todo lo bueno que tienen, digo) hacen que pasen cosas. Nos salvan, alumbran caminos, yo imagino los libros como ese manojo de llaves de La grande bellezza, esas que custodian “los palacios más bellos de Roma” (de fondo suena un adagio de Georges Bizet) un hilo finísimo capaz de conectar sensibilidades, un lenguaje infinito que engarza soledades compartidas. Un lugar seguro. A lo que iba. Un lector (Isaías) muy calmado, me deslizó un comentario que no esperada: “Intuyo que esto te cuesta más de lo que parece, así que gracias, sin más”. Me pilló a pie cambiado, supongo que porque tenía razón. Me siento cada vez más frágil.
Estos días, el tres de mayo, hará un año desde que se publicó B…
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