Cuando sonó el despertador la maleta estaba a medio hacer. Dentro había camisetas térmicas, chalecos, plumas, gorros, guantes. También un libro, Los años de Annie Ernaux. Antes del primer café, como siempre, lleno los cuencos de los gatos, repaso las cosas del día —tengo una reunión a media mañana, una entrevista para una revista en torno a tendencias de consumo; qué pueden ofrecer las marcas a sus clientes, cómo se construye la complicidad emocional, esas cosas. Después partiremos, como cada año, hacia Soldeu. No esquío pero sí que amamos pasear por las montañas nevadas, escuchar los sonidos del bosque, perdernos para encontrarnos.
Llevo unos días en barbecho, cansado, frágil. Amanece, la melancolía se posa sobre mí como la nieve lo hará en unas horas sobre la Vall d’Incles. La charla, vía Zoom, es cómoda; me comentan, son dos mujeres, que la narrativa que andan construyendo para una marca de gran consumo girará en torno al valor del tiempo, llenar el tiempo de experiencias memorables. Niego con la cabeza. La felicidad nunca está fuera, en ningún sitio, en ningún atardecer frente a ningún mar, ni frente a una aurora boreal en Kiruna ni frente a un lienzo de Vermeer en el Rijksmuseum. Está muy dentro, muy hondo, pero nadie más que tú guarda las llaves de ese cofre. Ese cofre cobija tus entusiasmos, las imágenes de lo vivido, la fragua de tu sentir; ese arcón es tu tesoro pero también tu condena porque tuya, y tan solo tuya, es la responsabilidad de cuidar esa lumbre. Si la llama se apaga no importará donde estés, ni con quién, ni cuándo. Lo vivido será tierra yerma.
Abro el libro que Ernaux que ahora reposa sobre la mesa de roble ya con vetas ajadas, a mi vera, entre lienzos, pinceles y lápices de colores; “todas las imágenes desaparecerán, se anularán súbitamente los miles de palabras que han servido para nombrar las cosas, las caras de las personas, los actos y los sentimientos, que han ordenado el mundo, que han hecho latir el corazón y humedecer el sexo. Los eslóganes, los grafitis en las paredes de las calles y de los váteres, los poemas, las imágenes crepusculares de los primeros años”. Laura se ha levantado jodida, la contractura que ayer parecía chica ha ido a peor, cancelamos el viaje. De la reunión apunté un par de notas –cómo llegar hasta ese cofre, dónde está el mapa, qué fósforos prenderán la consciencia. Me apena no hacer este viaje, pero recuerdo un mensaje de un lector, “vayas donde vayas siempre serás la misma ciudad” (de Luisgé Martín). Prestar atención a los detalles, vivir ligero, escribir sin cinismo, tratar de entenderte, decir te quiero, ser de verdad. Y que el fuego que guareces ilumine la memoria, lo vivido, lo que está por vivir.
Cada vez que te leo, siento una melancolía infinita. Eres tú o soy yo ? . Todo el escenario está lleno de belleza hasta el detalle. Desde dónde escribes y no es la coordenada de gps lo que te pido.
Precioso texto. Gracias
Siempre he querido viajar imaginando una yo diferente. Y siempre he descubierto a la misma yo en cada uno de esos viajes. Aceptarlo y no buscar la felicidad fuera es el gran reto.
Gracias de nuevo.