“Por supuesto que no doy por sentado que vuestra vida sea fácil”. Toca el hueso la carta de Irene. Me sorprende. Nos escribe tras escuchar nuestra charla del fin de semana, Un ratito en casa. Continúa: “Mientras os escuchaba, al leerte, veros, pensaba ¿cómo podéis hacer que todo lo difícil parezca fácil? Con vosotros me parece que la vida fluye”. Me hace gracia porque estos días me ha parecido todo especialmente difícil. Paso las tardes en la cama. Me pregunta Laura, ¿qué viajes te hacen ilusión? Pienso un rato, no me viene ninguno a la cabeza. Voy andando hasta el barrio de San Cristóbal, cruzo la Avenida del Puerto, guanteo, durante ese rato soy otra persona. El sudor me calma. No siento que la vida fluya una mierda.
Los piernas me pesan, el suelo es pegajoso, casi no contesto ninguna llamada, miento. “Perdona, estaba reunido”. Las cosas sencillas me parecen dificilísimas. Cancelo comidas, digo que tengo cosas, miento. Duermo peor, las ayudas tampoco sirven, la escala es (depende del día) Aquilea Sueño, Lexatin o Diazepam. Cancelo eventos, digo que no puedo, que estaré fuera. Miento. Me siento culpable, la culpa también pesa, soy una molestia, una sombra, un campo yermo. Diluvia estos días, grabo un vídeo de la tormenta sobre el mar, llega hasta casa el olor a Petricor —tierra mojada, piedra, humedad, salitre, sulfuro de dimetilo. Tractor se asoma a una ventana, olisquea a través de la mosquitera, ¿qué estará pensando? No piensa, tan solo vive, tiene las patas y la tripa rasuradas tras la última visita al hospital. Es bellísimo, también sus heridas. Le tiene miedo a la lluvia, nació un día de tormenta, ronronea cuando se enrosca sobre su madre. Sabe todo lo que tiene que saber.
Se suceden los días, el tiempo es elástico, la noche del miércoles el cielo se tiñe con la “luna llena de la cosecha”, el último plenilunio del verano, fin de ciclo. Es momento de dejar ir. Suben las mareas en el malecón de Zarautz. En la rueda del año —el calendario pagano que recoge el ciclo de las estaciones— es tiempo de Mabon, arranca el equinoccio de otoño, caen las primeras hojas de los castaños, reina el silencio en el bosque, el verano ha de morir para dar paso a la abundancia. Quizá una parte nuestra también muere. La serpiente emplumada de Chichén Itzá se reflejará sobre la pirámide maya de Kukulcán. En el calendario hebreo celebrarán Tishréi, el día del perdón, nace el mundo. Es ahora (dice La Torá) cuando hay que mirar la vida desde adentro hacia afuera.
Recuerdo una escena de Nomadland, Swankie le describe a Fern (Frances McDormand), bajo una luz tenue, un momento de absoluta plenitud: “And the swallows flying all around and reflecting in the water. So it looks like I'm flying with the swallows and they're under me, and over me, and all around me”; las crías de golondrina flotan sobre el agua, rompen sus cáscaras, de fondo suena Petricor de Ludovico Einaudi. Para vivir hay que morir, caminar es (también) mudar la piel, dejar que las cosas pasen, ser otoño en otoño. Cae la flor, queda la rama. Mira el cielo. Sabe todo lo que tiene que saber.



Me ha encantado esta carta. Ha conseguido sacarme unas lágrimas bien necesarias que, después de una semana de poca belleza en el camino, no salían. Pero la vida también es eso, transitar, perderse en los días pesados donde todo duele y parece que no hay salida ni belleza.
Gracias, Jesús. Supongo que la vida sigue fluyendo, solo que a veces duele. Y jode (perdón).
Creo que a través de tus letras fluye un poco más. Porque transmites y consigues destilar el dolor.
Mucho ánimo. Un abrazo.