“Andar con el cuaderno en la mano y escribirlo todo. Escribirlo todo con la mayor sencillez posible. Caminar con los ojos bien abiertos y el ánimo tranquilo, dejándose llevar por las cosas”, tiene razón Enrique, la mayoría de las veces son los libros los que te eligen a ti —y no al revés. Con los animales sucede lo mismo. Fue Tractor, hace ya casi nueve años, quien me eligió a mí, quien me salvó, quien me mantiene (cada día) pegadito a lo importante. El arranque de la carta pertenece a Ciudades en fragmento de Ernesto Baltar, lo llevo en la mochila, paseo por Chamberí a media tarde, haré noche en Sardinero, Alonso Martínez. Cruzo hasta Las Salesas, paro un ratito (como siempre) en la librería Machado, me gusta el barrio. Me gusta Madrid cuando el verano asoma el hocico y esta urgencia por vivir toma las calles, las terrazas son embajadas del sentir, camino con los ojos bien abiertos, tengo prisa pero en realidad no la hay.
Cenamos pronto en un restaurante con nombre de constelación, frente a la Ribera del Manzanares, al otro lado del Río. La noche se estira, se hace ancha, no se escucha más que algún mirlo. Hablamos de este vivir apresurado, Enrique anda buscando calma en un mar revuelto: “siempre falta tiempo”, yo no me quito de encima esta sensación pegajosa de llegar tarde a la vida, vivo pendiente del mañana, hablamos de (su) Curro también: “Hay que ver la fuerza que tiene el amor”. Me cuenta de él algo que envidio: ha caminado siempre (siempre) defendiendo el silencio, la vida lenta, ha construido un bellísimo legado en torno a un solo mandamiento —la libertad de saber decir: no. Detrás de cada “no” expresado se cobija quien (en realidad) eres. Pienso en ese compromiso, ¿qué es lo que yo defiendo? Me regala un libro, subrayo una frase: “Decía don Quijote que la felicidad no está en la posada, sino en medio del camino. La plenitud consiste en hacer algo que merezca la pena con la propia vida, algo grande y bello, hermoso”. Es verdad, cuando uno subraya un libro se subraya a sí mismo. Duermo poco, madrugo igualmente, bajo por la Plaza de Santa Bárbara hasta Osom, pido un café largo. Escribo. Escribirlo todo para alumbrar el camino.
Conecto los puntos, me duele la pregunta (¿cuál es mi patria? ¿qué es eso grande y hermoso?) porque no tengo una respuesta. Tiendo a creer que la culpa no es mía, que las cosas son como son, que tan solo podemos surfear las olas que vengan, pero no es verdad: la vida comienza donde empieza la mirada, no puedo cambiar el mundo (es verdad) pero puedo cambiarme yo. Comienzo una hoja, qué defiendo, por qué muero. El olor del jazmín, las noches de verano, tantos libros por leer. Su ronroneo sobre mi cuello, cada mañana, todas las mañanas. El cine, la curiosidad intacta, abrazar (también) la tristeza, pelear por la bondad —no hay nada más importante que la bondad. El viento de la tarde, la sombra bajo el cañizo, mirar de frente. El brillo en los ojos de Laura, no esconder mi fragilidad, ser paciente con la noche. Elegir con el corazón. No guardarme (nunca más) un te quiero. Andar pese a todo. Tener algo que decir. Y decirlo.
Cada no es un si a lo que merece la pena
Moltes gràcies ❤️me levanté algo contrariada..pero ahora tengo todo el día por delante para “descontrariarme”🙏🥰