Uno de los capítulos del libro que en más conversaciones planta su voz sobre la mesa es Vivir con poco (pág. 37), por aquel entonces acumulaba demasiadas mudanzas sucesivas y uno aprende a licuar, a separar el grano de la paja y la señal del ruido —a “simplificar más y más”, que fue el impulso que llevó a Henry David Thoreau a vivir a orillas del lago Walden en un casa de una sola habitación y escribir lo que para tantos (no para mí) es una biblia de vida.
Thoreau supo condensar una manera diferente de vivir, que ahora reclaman los minimalistas pero que el filósofo ya puso negro sobre blanco en 1854: “Nunca me he sentido solo, ni tampoco deprimido por forma alguna de soledad. La sociedad se ha vulgarizado; nos encontramos a intervalos demasiado cortos, sin haber tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo el uno para el otro. El valor de un hombre no está en su piel, para que nosotros se la toquemos”.
Vuelvo a aquel artículo, coleccionar experiencias y vivir solo con objetos imprescindibles —pero he aprendido algo más en este camino hacia el hueso, hasta el frágil baluarte del instante: ni un minuto más con quien no entienda que esto, cada día, es un milagro. Ni un minuto más ante el cínico o el triste (puedes estar triste, pero no serlo) ni medio centímetro al chapapote del torturado porque no hay término medio: las personas te inspiran o te consumen. Mira a tu alrededor, quizá sí puedes elegir pero no queremos verlo, ahogados en la tontería de lo urgente y este circo de cien pistas con “doscientos sonámbulos que silban de miedo”. Nunca es buen momento para simplificar más y más, pero este otoño extrañísimo está llenando las calles de hojas secas, Madrid de quebrantos y a tus bolsillos de tiempo.
El Retiro en otoño
Qué maravilla!!! Totalmente de acuerdo contigo, Jesús.
Simplificar y no planear más allá de dos dias, es mi filosofía de vida desde hace unos años. Gracias Jesús por recordarnos esto tan, tan bien escrito!!!