Que no quiero
Nadie esperaba este octubre vestido de derrota pero quién sabe nada, es que el otoño siempre fue mi estación favorita y eso, maldita sea, no lo va a cambiar una pandemia mundial sin fecha de exilio en el mañana. Todo es siempre un ‘vamos viendo’ pero nunca imaginamos este carpe diem tan gris y tan arisco, qué caros están los abrazos.
Octubre venía a poner fin al vértigo de septiembre, cómo cansa vivir pero el otoño siempre llega puntual, templado y cabal, al son de las hortensias y la manta sobre el sofá; la estación de los cursis (yo lo soy) y de los que viven, quizá, demasiado pegados a la melancolía. Culpable. Dicen que es el mes de la tristeza y la soledad, pero es que yo he aprendido a no darle esquinazo al llanto.
El sol pudrirá las hojas de grana y buscaremos el cobijo de eso que llamamos casa tras un verano extrañísimo pero y qué, si pienso como Joan Margarit: “reconozco el lugar, lo he buscado siempre / el último refugio, el de la soledad”. Es momento de rearmarse y dibujar lín…

