Laura me pide que apunte en una libreta las cosas que siento, qué me angustia, qué me atraviesa, antes de nuestra primera sesión de terapia en pareja. No lo hago. “No es mi rollo, prefiero dejar que las cosas sucedan” —ella es mi opuesto en esto: toma notas, compagina no sé cuántas libretas (tres) con cada cosa que siente (los conflictos que la habitan, las cosas que sueña o su mandala lunar), necesita explicar el mundo que la rodea. ¿Por qué yo no? Sí que guardo dos notas (dos) de cuando empecé mi camino (septiembre de dos mil quince) hacia dentro, hacia atrás. Entonces aprendí que si quieres saber a dónde vas antes debes descubrir de qué huyes. También aprendí que casi todos los viajes son el mismo viaje: el de la vuelta a casa, allí (en aquella cabaña) todavía hay rescoldos del niño que fuiste, ese fuego nunca se apaga, en algún momento querrás volver —entonces comenzará el despertar. Solo entonces podrás saber quién eres. El resto es campo yermo.
En algunas cosas somos muy diferentes. Yo (ahí lo tienes: “yo”) pienso en mí antes que en los demás, ocupo espacios, agoto el aire, tengo prisa, nunca riego las plantas. Presumo de que me gusta escuchar pero no es verdad, me agotan los demás, vivo pendiente del mañana. Ella necesita la luz del sol, se hace pequeña ante el ruido, pasea descalza sobre la arena, cree (lo cree muy dentro, donde se enraizan las entrañas, por eso le duele) en las cosas bonitas del mundo, algunos podrían llamarla ingenua por eso. Yo tan solo veo belleza. No tomé notas antes ni durante la sesión (sentados los dos en el suelo, uno de nuestros gatos sobre mi regazo) ni lo hice después. Pero es viernes por la tarde, todavía se cuela en la terraza —donde estás pintando en este mismo instante— algún ramal del sol de la tarde; cada día te veo un poquito mejor, amor mío. Que qué es lo que mueve, lo que me atraviesa, lo que me importa.
Los sábados por la mañana, cuando abro la puerta de nuestra habitación, todavía duermes, te abrazo lento, mi mano buscando tu mano. Las velas que huelen a bosque, comprar un libro nuevo, la primavera de Max Richter, cuando Tractor se enrosca en mi cuello, se dejar caer en mí y tan solo escucho su ronroneo —el mundo entonces desaparece. Las personas que van con el corazón por delante, los placeres pequeños (son los más grandes), escribir sin cinismo, el aroma del azahar. “Se dejaba llevar” de Antonio Vega, cuando Alberto se ríe con todo el cuerpo, nuestra terraza en Alcossebre cubierta de cómics, vasos, postales, libretas y futuro. Las segundas veces, unos calamares en la terraza del Xuroy, frente a la cala de Alcaufar, con arena todavía sobre los brazos. Cuando ya no tienes miedo, organizar un viaje que será, la poesía de Mary Oliver, vivir en pijama, los mil colores del otoño, el calor del brasero, mirar a los ojos, seguir creyendo en el mañana. En realidad es todo lo que necesito: dejar que las cosas sucedan, sentir cada tajo, saber que estáis aquí. El amor es la respuesta.
Me gusta leerte, con la calma que merecen estos textos, y la sensación de paz que me dejan. Me gusta cuando tus listas hacen que mi cabeza se ponga a pensar para hacer la mia. Me gusta que esteis mejor❤️
Estoy paseando por la playa de Denia mientras leo tu artículo y me da mucha paz.Gracias. Un abrazo enorme para Laura y para ti.