Hace exactamente once años escribí una carta titulada ‘Véndeme Madrid’. Lo sé porque la escribí también en Barcelona, apenas dos calles desde donde caligrafío estas líneas, recuerdo el momento, recuerdo la habitación, yo estaba sentado sobre la cama, era media tarde. Nada estaba bien. Recordar duele. Son las siete de la mañana, no he dormido bien, todavía no ha amanecido, se desperezan las calles, observo las rosas rojas en el alféizar, dos personas cruzan Roger de Llúria, frente a mí (en el edificio de enfrente) una familia abre las cortinas, preparan el café, el padre todavía duerme, pienso en James Stewart en La ventana indiscreta, me sucede lo mismo que a él. Me gusta asomarme a la vida de los demás. ¿Por qué? Quizá es porque no tenemos el valor de mirar la nuestra.
La carta era en realidad una respuesta para Claudia, una lectora un poco perdida: “Mi dilema es que me veo el año que viene encerrada en una residencia, pagando quince pavos por copa en locales atestados de gente, pasando miedo en el metro, perdiéndome en cuatro calles y encima distanciándome de las personas que tengo aquí…”. Lo que Claudia no sabía es que yo estaba infinitamente más perdido que ella. Me escribió mucho tiempo después contándome lo incandescentes que estaban siendo sus días en Madrid. Se dejó calar por la vida. Le rompieron el corazón, lloró muchísimo, también amó. Creo que volvió a su tierra. Ojalá sea feliz. Aquel sábado (era sábado) cené con una cita de entonces, me gustaba, creo que era mutuo, nunca le pregunté. Cuando es el miedo quien gobierna el barco no hay lugar para esas preguntas, el mañana marchita la piel, la tierra yerma no anhela futuro. Porque no lo hay. Recuerdo momentos de felicidad, pero no de calma, nunca paseamos de la mano.
Antes de volver a casa paseo por el barrio, llego hasta Diagonal por Pau Clarís, siento la humedad de esta mañana tranquila, está bonita Barcelona. Esto sí lo sé —ves el mundo como estás, por eso la belleza necesita reposo. Caen las primeras gotas de lluvia, es momento de volver, en aquel entonces yo no conocía ese mantra: “permitir que la vida nos cale”. No supe hacerlo. Pienso mucho en aquellos años, Laura me envía un texto de Jaime Anderson, es sobre el duelo: “El duelo, he aprendido, es solo amor. Es todo el amor que quieres dar, pero no puedes. Todo este amor no usado se acumula en las comisuras de los párpados, en el nudo en la garganta y en esta parte vacía de tu pecho. El duelo es solo amor sin un lugar a dónde ir”. Por eso duele. Imposible querer sin dejarte caer. Me manda también una foto de Tractor, no me cabe tanto amor dentro, sufro muchísimo, y sin embargo nunca el sol ha brillado tanto. Perder para ganar. Mojarte si llueve, andar descalzo, dejarte abrasar por el fuego.
Qué barbaridad de carta. Que la vida nos cale. Gracias ❤️❤️❤️
¡Qué bonita descripción del duelo!
Así parece que hasta duela menos ese amor que se queda dentro.