Proteger el vínculo
Hacía tiempo, mucho tiempo, que no veía a Pelayo. Fue la otra noche, hablamos poquito, yo volví andando porque necesitaba reconciliarme con Madrid: en otoño es más fácil. Desde Bárbara de Braganza hasta el Paseo de Recoletos, había luna llena de Tauro, “con estatuas cubistas en el cielo”, esos días —esto solo sucede en Madrid— en los que la tierra parece querer abrazar las nubes. La ciudad es un naufragio bellísimo, un río de hojas secas, milagros y abandonos. Escuché un rato Mundo nuevo, “Volver de nuevo a habitar / por ver si en un mundo nuevo / yo encontraba más verdad”. Pensé, a la altura del Thyssen, en una de las cosas que me comentó Pelayo: “Me llegan tus cartas, a veces las leo, algunas me llenan de tristeza pero intuyo que estás bien”. Sonreí. Sí, estoy bien, a veces se cuela por ahí la tristeza —“Ya sabes”. Creo que lo entendió. Dormí poco pero dormí bien, creo que algo me rondaba la cabeza. Unos días antes había discutido con Laura, un pequeño incendio, no supe verlo a tiempo.
Por la mañana, muy temprano, leo una entrevista en El País con el físico Alberto Casas: “Todo lo que va a suceder está ya escrito. Es como una pelota que bota y, en un punto, puedes reconstruir su futuro (también puedes reconstruir su pasado), que será seguir rebotando en la dirección que sea”. ¿Tenemos margen de maniobra? ¿Podemos de verdad habitar un mundo nuevo? Quizá no, quizá tiene razón el profesor del Instituto de Física Teórica y no podemos hacer nada con lo que vendrá: como somos como somos las cosas serán (inevitablemente) como tienen que ser. En ese escenario no queda más que aceptar nuestro sino, bajar los brazos, observar en calma el discurrir de la vida. A media mañana un café con Max (me está ayudando con la meditación, entre otras cosas) me pregunta por aquel pequeño incendio, le cuento, con la distancia adecuada casi todas los conflictos se empequeñecen. Es por culpa de la perspectiva.
El café en Davov, en calle de Santa Isabel, es fantástico. Me relaja el sonido de la molienda. “En realidad fue una tontería, nos liamos por culpa de un proyecto, ella me pide que pare, que cambiemos de tema; yo no paro, a veces me cuesta soltar el hueso” —no hace falta explicar mucho más. Desarrolla entonces un concepto que no conocía: proteger el vínculo. “Cuando discutimos con alguien es porque queremos tener razón. O mejor dicho: imponer la nuestra. Siempre es así. Pretendemos vencer esa batalla, que el ego se yerga, Aquiles derrotando a Héctor frente a Troya. Yo gano y tú pierdes”. ¿Pero ganar qué? Proteger el vínculo es parar un segundo, elevar la mirada, hacerte las preguntas importantes: ¿Qué es más importante, tener razón o cuidar a la persona que quieres? Dejar de mirar el árbol para observar el bosque. Proteger el vínculo es cuidar, dejar de ser tú para ser lo que amas —y quizá por eso ser más tú que nunca. No guardarte nada, ser claro, ser amable, habitar el tiempo presente, abraza lo que te duele, no pienses en el mañana, no pretendas tener razón. Perder es ganar. La derrota es no sentir.
Algunos pequeños cambios en la membresía de pago. A partir de ya mismo voy a renombrar esa parte como El club Claves: creo que recoge mejor ese espíritu de rinconcito privado, nuestra pequeña comunidad de gente sensible. Y lo que antes se llamaba así (el showroom donde solo caben cosas bonitas, con descuentos en marcas que admiro como Laconicum, Hola Coffee, Zubi, The Singular Olivia, Formaje o Círculo de Tiza) pues sencillamente será El showroom de Claves. Pronto vendré con más sorpresas y fechas para los próximos encuentros físicos.





“abraza lo que te duele” ❤️🩹 que frase tan sencilla y qué difícil es…hoy has dado en “la diana”, feliz sábado 💙
El ego no te abraza por las noches. Y si, si tenemos opción con lo que nos queda por vivir aunque ya esté escrito, el como lo afrontemos nos pertenece como completo, independientemente del oráculo.