No hay más remedio
Me despierta la lluvia a media noche, miro el reloj, son las tres. Intento dormir, pero tras la cortina es incesante el ruido (como una sinfonía matemática) de la tormenta sobre el cristal. Cuando eso sucede —un desvelo— trato de respirar desde el diafragma, muy hondo, siento el aire entrando por las fosas nasales, se hincha el abdomen, noto sobre la piel el tacto de las sábanas (más tarde descubriré que no son de algodón, sino de fibra de abedul) escucho el sonido de mi propia respiración, que se solapa con la lluvia, al rato consigo caer, no en un sueño profundo pero sí tranquilo, descanso algunas horas más, todavía es de noche cuando busco con los pies el suelo, no estamos en casa, no están (sobre la mesilla) mis cosas de siempre.
Salgo al salón, sigo en ese trance entre el sueño y la vigía, a esa transición se le llama estado hipnopómpico. Es cuando tienes un pie allí y otro acá, en la cultura Nahua se conocía a ese pasillo como Nepantla, estar “en medio”. Abro la puerta corrediza …

