No espero nada
Me gusta el sonido de la lluvia golpeando el cristal. Estoy sentado, en el suelo (sobre una bolsa de lona del hotel que me ha hospedado) en el aeropuerto de Ibiza, diluvia, hay goteras, han retrasado el vuelo de vuelta, no tengo mucha más información: “Delayed”. Mentira. “Alerta de tormenta eléctrica fuerte”. Aprendo en este ratito que en Japón llaman Amaoto al sonido de la gotas de la lluvia, recuerdo aquella carta: Los sonidos de la lluvia. ¿Cómo estará Mario? Podría escribirle. No lo hago.
Me ha costado arrancar, se me hacía un mundo volver a escribir, congoja en la boca del estómago, cuando el desasosiego se asoma por encima del muro. Hablo con Cañada, me dice que, si me agobia todo esto, lo deje estar. Lo entiendo, entiendo su consejo, pero no es tan fácil. No escribo para que me quieran —ya sé querer, me ha costado una vida aprender a hacerlo y (mucho más importante) aprender a dejar que me quieran. Escribo porque, cuando lo hago, me siento vivo. Las cosas se calman, el mundo (m…
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