Es verdad lo que nos dijo Carmen, el clima se hace denso cuando la enfermedad se instala en la familia, cuesta moverse, respirar, cada paso es un cenagal, como en un planeta con la gravedad más intensa, como Superman en la Tierra pero al revés. “Mi perrita también ha estado ingresada y ahora está en casa, aunque sigue malita. No sabemos si saldrá de esta. Mi pareja y yo estamos aturdidos, desconsolados, tristes. He llorado tanto que me siento cansada y sin fuerzas... Por las mañanas, cuando despierto (si es que he podido dormir) vuelvo a ponerme la capa y de nuevo a la carga, pero es durísimo. Me da la sensación de estar viviendo en un medio denso, como si estuviéramos sumergidos en el agua”. Un medio denso, eso es. Un espacio donde me siento torpe, sin foco, se ahínca el pesar. Y lo que antes era ligereza ahora es páramo. A veces, también, me siento frágil. Mentira. Soy una montaña, un árbol inmenso que le cobija, un gigante de hierro como el gigante de hierro de Brad Bird.
Tractor ya está en casa. Arranca otra etapa del camino. Será ya para siempre un enfermo crónico renal, no sabemos qué pasará, nos esperan un millón de guijarros en el camino, pero intuir —por momentos— que duerme tranquilo, sentir cada noche su ronroneo (“estoy en casa”) prende la llama de lo importante. El canguelo previo cada vez que volvemos al hospital; análisis, radiografías, inyecciones, lavado del SUB (bypass ureteral subcutáneo), habitar su apatía, saberte estéril frente a su sombra. Anoto una de las conversaciones que escucho en la sala de espera, “hemos aprendido que la felicidad es la ausencia de dolor”. Lo entiendo, subrayo la palabra ausencia, no sé si pienso lo mismo. Mentira. Sí lo sé. También hay plenitud en el invierno. Vuelvo al mensaje que me mandó Eva Serrano, se coló en una de las respuestas de las últimas Correspondencias, es obra de Ernst Jünger: “Queremos que el árbol de la vida tenga flores durante todo el año. Pero también en los trópicos a los árboles se les caen las hojas. La noche del invierno no nos resulta menos necesaria que la noche del día. También por lo que respecta al corazón tenemos que prestar atención a la marea alta y a la marea baja. Quien sólo quiere tener marea alta se expone a la rotura del dique. No podemos estar siempre exentos de dolores, no podemos estar sin sombra, tenemos que aceptar la melancolía. También allí hay dioses”.
Poco a poco han vuelto los paseos frente al mar, es imposible leer estos días, el jarrón con los pájaros de Ailanto (mi favorito de Sargadelos) anda huérfano de flores frescas, sin embargo ya se intuye el fuego de la primavera. El calendario se ha vaciado, pero una fecha sigue marcada en rojo, tan solo faltan un par de semanas para celebrar Ostara en la rueda de la vida. La diosa pagana de la fertilidad, el equinoccio de las flores, el despertar de la tierra dormida tras el invierno. Ostara, aquella que brilla. Para los griegos, la celebración del amanecer. Laura sigue bajita, la tristeza se ha hecho ancha en su sentir, pero saldrá el sol —y llenará de luz tu mirada. Es verdad, cada paso duele. Es verdad, amor mío, que se nos fue la alegría. Es verdad: tantas lágrimas han dejado un surco de melancolía en tu piel, pero también ahí se cuela la belleza, porque tras cada desconsuelo late un amor infinito. De cada noche sin dormir brotan ríos, flores silvestres, tardes rojas. También allí hay dioses.
Y la vida sigue a pesar de la jaula de tristeza que nos cobija. Momentos bajos para todos, para mi también pero he leído un libro Dorayaki que habla de la escucha. Cada persona descubre a lo largo de su vida que escucha, a quien escucha y como lo escucha. Al final escuchando a la vida podemos comprender .Escapar de los monstruos a través de los silencios nos permitirá aprender a observar con claridad.
Silenciarte para hablarte.
Escuchar para comprender. Volveremos a sonreír
El amor lo es todo!