Los últimos días
Había perdido, vete tú a saber por qué, el placer de conducir. No importan los porqués, lo que importa es que son las siete de la mañana de “El dia més bonic de l’any”, Sant Jordi, he salido temprano de casa porque me esperan (ojalá) las primeras lectoras a las doce del mediodía en el salón Cugat del hotel El Palace de Barcelona. Todavía no ha amanecido, he cogido el coche de Laura, hace poco me regaló dos cedés para estos viajes, le doy al play, suena Everybody Hurts. Ella siempre me dice que cuando digo (de una canción) que es “muy bonita” en realidad siempre es tristísima, quizá sea verdad eso: me parecen bellas las cosas tristes. Pero no solo. Son las siete y cuarto, miro hacia mi derecha y ahí está, impúdico, trágico, incandescente, vive cada mañana una vida. Es el sol saliendo tras los bloques de escollera, los cubos de hormigón que dan a la playa de Meliana. Es el sol tras la roca y la maleza, pronto dejaré a mi izquierda los cerros de Monte Picayo, me gusta conducir esta carre…

