Hay días en los que sencillamente no eres, días donde la luz que llega no es más que un haz finísimo, días lentos como la vetusta Morla de la Historia Interminable, la vieja tortuga descansa todavía en el pantano de la tristeza: “Todo se repite eternamente: el día y la noche, el verano y el invierno… el mundo está vacío y no tiene sentido. Todo se mueve en círculos. Lo que aparece debe desaparecer, y lo que nace debe morir. Todo pasa: el bien y el mal, la estupidez y la sabiduría, la belleza y la fealdad. Todo está vacío. Nada es verdad. Nada es importante”. Días pegajosos en los que no sucede nada, lo alto parece bajo, un celaje grisáceo cubre de tristeza lo que antes era cielo azul, el desánimo es una manta que abriga la costumbre.
Tus quehaceres habituales se disfrazan de estaño. Me cobijo en ellos. No hay ganas de mucho más. Muelo el café, relleno de comida el cuenco de los gatos, enciendo las luces del árbol de Navidad que ya preside nuestra pequeña terraza acristalada, algún vecino sale del patio, vestido para ir a correr. Noto cómo el vaho brota de sus pulmones. Hace frío. Son las siete, todavía es de noche, leo, pienso, escribo. Recupero un texto de Leila Guerriero, lo subrayé en Zona de obras, la edición de Círculo de Tiza. “Los largos días en que nadie te escribe —aunque te escriban todos—; los largos días en los que nadie te llama por teléfono —aunque te llamen tantos”. Ya nadie llama. De un tiempo a esta parte mi madre me manda un mensaje de buenos días cada mañana, me pregunta si comemos juntos. Le digo que no. Sé que no lee estas cartas. Me gustaría. Ayer mismo, hablando con Laura en nuestro paseo de cada tarde, caí en una evidencia dolorosa. Dentro de veinte años no estará mamá. La culpa se hace ancha aquí dentro. Esos deberías son un zarpazo en mi calma.
Respondo un comentario en el último Correspondencias, lo escribió Lara, “Las expectativas y la teoría de que todo tiene que ser nuevo y chispeante nos está agotando. No nos deja ver más allá y es complicado despegarse de esos brillos. Coincido con tu respuesta. No sé si fue Gómez Dávila, corrígeme por favor, quien dijo algo así como que rutinario fuera un insulto (siempre) denotaba nuestra ignorancia en el arte de vivir”. Todo tiene que ser nuevo y chispeante. Es verdad, esa necesidad de vértigo es agotadora, no existe el calor sin el frío, tengo esta certeza —con los años olvidaríamos el olor del verano en un mundo sin sol. Hablo con mi madre, le digo que llevaré el vino en Nochebuena, iré un par de días antes para estar con ella frente a la chimenea. Leo, pienso, escribo. Los primeros rayos de luz ya se intuyen, tímidos, allá en el horizonte. Todo esto es verdad. Todo es importante.
Hasta los días grises y rutinarios deberían iluminar nuestro transitar. Lo que hoy obviamos quizá fue nuestro faro, y tal vez mañana seamos faro ,que no luz, de alguien. Cambio el brillo de lo nuevo por la elegancia de lo pasado o antiguo, su calor es más reconfortante. Feliz fin de semana !
“Los brillos cegadores” nos tienen drogados, enganchados a una vida carente de sentido. A mí me está costando mucho aplacar el ansia de siempre más, más nuevo; vivir en la noria de emociones. Quiero bajarme, la verdad es que ya me hace muy infeliz seguir la estala de los brillos. Busco el camino…