Nos veíamos algunos viernes. Lo llamábamos el concilio, siempre a media tarde, en el sofá de cuero bajo la escalera que sube hasta la primera planta del Milford. En el siete de Juan Bravo. Siempre con Alberto y Beatriz, muchas veces se sumaban Natalia, María, de tanto en tanto alguna pareja de entonces. Habrán pasado quince años, en aquel momento tan solo teníamos futuro, la vida era una carretera de una sola dirección, como en On the road: “No había ningún lugar a donde ir excepto a todas partes, so just keep on rolling under the stars”. Los posavasos sobre la mesa de caoba, las ganas de todo, el miedo a flor de piel. Pienso en aquel Alberto, todavía no era mi familia, desde allí (algunos días) tirábamos hacia Malasaña. Todavía no le quería. Le observo hoy, cada día se parece más al hombre que entonces tan solo intuía, estudió cuatro de años de medicina. Lo dejó estar. Supongo que no fue fácil.
En mi entorno, a lo largo de estos últimos meses, han cambiado profundamente las vidas de personas que tengo muy cerca. Dos separaciones, un entierro, caminos que se tuercen, nuevos horizontes, pieles frías, maletas a medio hacer. Una mudanza también es un duelo. Nacen nuevos amores. Otros —irremediablemente— mueren. La existencia es frágil pero no lo queremos ver, sería imposible (supongo) caminar en calma bajo esa soga. Pero está, la soga está. Hablo con Natalia estos días, su vida también ha dado un giro, me cuenta algo bonito en torno a su familia: “Ayer me contaba mi prima que mi tío abuelo José Antonio Muñoz Rojas ganó el premio Nacional de poesía con 89 años y que volvió a dedicarse a la poesía tras jubilarse del Banco Urquijo (¡sí, un poeta en un banco!). Me dio mucha esperanza”. Pienso también en la Laura que conocí hace casi diez años. Recuerdo una cena en el jardín de Sacha, bajo esta luz de septiembre, su mano sobre mi antebrazo. No era feliz en su trabajo, la ansiedad ocupaba sus noches. ¿La artista que es hoy estaba ya allí (¿dentro?) o es una “nueva Laura” la que germinó después? ¿Cómo narices encontrar la vía para ser la persona que estás destinada a ser?
Septiembre ya está aquí, pronto otoñeará, la brisa cobija en su regazo el olor de lo higos, hay membrillos sobre la mesa, amarillean los chopos. Esta mañana (bellísima) la niebla cubre de ternura los cerros de la Braguía, me despierta el canto de un gallo, tan solo escucho el agua fresca del manantial, el tiempo es más lento en los valles Pasiegos. Los días se acortan, un jersey cubre de nuevo su cuello, cada tarde el crepúsculo se tiñe de nostalgia. Septiembre (también) significa abrazar el cambio, soltar lo que ya no sirve, igual que los árboles dejan caer sus hojas. Es momento de decidir qué camino andar, qué piel habitar. En Japón lo llaman Ikigai (propósito), Telos en la Grecia clásica: la esencia de las cosas, su fin último, el telos de un cuchillo es cortar. Creo que sé cuál es el mío. Sé que (tantas veces) parece imposible intuir la dirección, casi nunca hay señales, pero una cosa (tan solo una) sí tengo clara: ya eres aquello que serás. Lo que buscas no está lejos.
Es bonito estar de vuelta. Mañana regresa también Claves, nuestro club privado, mi speakeasy particular. Como es primer domingo del mes, tocan las Correspondencias, respuestas pausadas a vuestras preguntas. Recordaré también las fechas y plazas para los próximos encuentros físicos: Menorca y Valencia. Feliz regreso a las pequeñas rutinas a todos y todas. Lo más importante: calma. La prisa mata.
Ay Jesús, ¡Como se te ha echado de menos! Encima vuelves y escribes esta carta tan bonita y que tanto me ha tocado este corazoncito. Eres medicina, eres ánimo y consuelo. No dejes de escribir por favor
Preciosa carta la de hoy, Jesús. Me ha tocado bastante. Gracias 🙂