“La carta de P. me pone los pelos de punta”, Victor me escribe (casi) siempre al alba, nada más publicar la carta, estas cartas. Lo imagino sobre la cubierta de su velero, quizá todavía en la dársena, enrollando los cabos, mirando el cielo, es que él también es alondra. Me dijeron el otro día, en Zaragoza, que hay personas búho y personas alondra. Es la persona más discreta que conozco. A lo mejor también la más inteligente. Nos conocimos hará hace unos seis años, es disléxico, diseña muebles bonitos, el sofá sobre el que escribo este texto es suyo, las sillas donde se arrullan los gatos también. Es difícil pillarlo aquí, casi siempre me escribe desde Tokio (le gusta mucho Japón), Zúrich, Montreal, vete tú a saber —pero creo que el domingo pasado, cuando me llegó ese email, estaba en casa. Cuando nos vemos sucede algo extrañísimo, porque no es habitual en un hombre, escucha más que habla. Nos queremos.
Desde el principio me comentó que Correspondencias era lo que más le gustaba de Claves, Laura piensa lo mismo. Los dos son absolutamente insobornables cuanto a lo que está bien y está mal, un norai de cien toneladas, yo soy más frágil. Ambos me miran mejor de lo que soy. Casi nadie sabe que Laura forma parte de Mensa, ilustra además las portadas de su revisa, Omnia, cuando nos dejamos llevar por los prejuicios estamos negando el mundo, lo enjaulamos en nuestros conflictos, embarramos su belleza. Esta es una de las razones por las que escribo tan temprano —que pienso que no hay nadie al otro lado. Continúo con su mensaje: “Me pregunto si esa carta no la debería enviar a sus amigos, que supieran realmente cómo se siente. ¿Cuántas P. tendremos cerca y no sabremos leer su aire?”. Siento un escalofrío de certeza, tiene razón, quizá muchas de las personas que queremos (y tenemos cerca) se sienten terriblemente solas. Pero no lo sabemos.
Leer el aire es un librito que recoge su manera de entender el mundo, su trabajo, su vida. Me lo mandó un par de meses antes de publicarlo, una edición limitadísima. Me pidió (rara vez lo hace) consejo en torno al texto. Le sugerí repensar un capítulo. Cuando me lo mandó, ya publicado, ese capítulo no estaba. Me sorprendió, le pregunté, me contestó —“¿Fue tu consejo, no?”. Es lo que tienen las personas que escuchan. Actúan en consecuencia. Leer el aire es el arte de entender lo que no nos dicen, un bellísimo concepto oriental, “Por definición Kuuki wo yomu, o leer el aire, significa ser consciente de la situación atendiendo a las necesidades, pensamientos o sentimientos de las personas que nos rodean sin necesidad de la expresión verbal. El protocolo social de la cultura japonesa exige una especial atención al estado de ánimo, la atmósfera y el aire de cada situación para que podamos adaptar nuestro comportamiento en consecuencia”. Leer el aire es mirar más allá, escuchar con el corazón, hilar fino, estar en calma, pensar (de verdad) en el otro, intuir esta certeza: no sabemos nada de quienes nos rodean. Por eso hay que esforzarse más. Leer el aire es dejar de mirarte el ombligo para mirar, escuchar, sentir. Solo sabiéndote perdido puedes encontrar.
El libro Leer el aire, como detalle para esa pequeña comunidad de gente sensible que habita en Claves, se puede descargar (gratis) en el número Kuuki wo yomu. Son 55 páginas junto a otras tantas píldoras de conocimiento, reflexión y mantras vitales. Es maravilloso.
Leer el aire como asignatura escolar. Eso sí, siempre cuidando de no quedarse sordo de uno mismo por el viento ajeno.🤍
¡Pelos de punta! Leer el aire como actividad fundamental diaria, como deber humano para cultivar un mundo más empático y compasivo. Qué poco sabemos en realidad del otro...