El miedo tiene notas amargas como la fruta todavía verde, corta como un folio, se te agarra a la piel (y al hueso) como el frío cuando hace frío, como el fugitivo sin nada ya que perder. El miedo no se anuncia porque es ladino, no te calma porque su oxígeno es tu ansiedad, alfileres en el estómago, habita tras cada promesa que se cae a trozos, tras cada anhelo de un futuro que ya nunca jamás será (“No llegaré a saber por qué ni cómo nunca / ni si era de verdad / lo que dijiste que era /ni quién fuiste / ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido”, de Idea Vilariño). A veces, sin embargo, lo siento cerquita, lo siento aquí mismo, arrebujado bajo mi vientre, masculla noches sin lumbre. Ciudades sin playas.
Son casi las once de la noche, llego tarde a casa, la estación es un páramo, la calma que tanto anhelo se me escapa de las manos. He perdido otro tren, desenvuelvo el cable del iPhone (todo en mi bolsa está perfectamente ordenado) el orden es una trampa cuando deviene en rigidez, no debería ser cárcel sino amparo. No recuerdo en qué momento se hizo cadena. Vuelvo a alguno de los apuntes de una sesión reciente, “nadie más que tú tiene el poder de alimentar al miedo”. Intuyo que también la responsabilidad de sofocarlo, imagino entonces la escena de un bosque en llamas, cientos de vecinos con mantas tratando de aplacar al monstruo, que avanza desatado, poderoso, invencible, pienso en el demonio Tatarigami en La Princesa Mononoke. Ashitaka se enfrenta al miedo con su arco. Ya nunca volverá a ser la misma.
Repaso las notas de una entrevista, se cuela una frase de Yorgos Seferis que le leo a Partal: “La salvación del ser humano se encuentra dentro de él; su ruina también”. Todo está dentro. Tiro de ese hilo que me lleva hasta El Reino de Emmanuel Carrère. “Lo que tardarás más tiempo en descubrir, quizá toda tu vida pero que vale la pena, es que detrás de la cruz está la alegría, y una alegría inexpugnable”. La primera carta que escribí aquel sábado de hace ya más de tres años se tituló Tengo miedo (y no pasa nada). Me propongo hacer —hoy mismo— una lista de armas frente al desasosiego, diques ante la tormenta. Morar en la luz de lo cotidiano, celebrar la alegría de lo posible, saberte vencido. Entregarte a las cosas. Que sea el corazón quien te guíe, premiar la bondad, estremecerte ante lo inoportuno, abandonar todos los planes, quemar los mapas. Como en la fiesta de Jep Gambardella, “Las congas son bellas porque no van a ninguna parte”. Acariciar cada libro, cuidar a quien te cuida, no prender la prisa. Esas serán mis flechas.
Gracias Jesús.
Mi hija desde su nido y yo desde el mío te leemos los sábados desde la cama con nuestro segundo café.
Siempre hay algo de lo que escribes en lo que nos reconocemos.
Tus textos nos conectan, nos devuelven un ratito al centro.
No te acabes nunca.
Cuando el desasosiego te invade y la tristeza campa a sus anchas cierro los ojos e intento entrever porque he llegado ahí. En ocasiones son personas en ocasiones es la vida, el miedo quiere ser compañero y en ocasiones se lo permito, quizás así se marche antes. Lo que está claro que somos nosotros los que creamos estas piedras , somos nosotros los que debemos darles la patada para continuar o al menos volver a abrir los ojos para mirarlo de frente . Es fácil decirlo y complicado hacerlo. Pregunto siempre al corazón, es mi guía aunque en ocasiones no sea su mejor momento. Seguimos escribiendo aunque la tinta del boli se gaste. Es así. Feliz finde .