La alegría de lo posible
El miedo tiene notas amargas como la fruta todavía verde, corta como un folio, se te agarra a la piel (y al hueso) como el frío cuando hace frío, como el fugitivo sin nada ya que perder. El miedo no se anuncia porque es ladino, no te calma porque su oxígeno es tu ansiedad, alfileres en el estómago, habita tras cada promesa que se cae a trozos, tras cada anhelo de un futuro que ya nunca jamás será (“No llegaré a saber por qué ni cómo nunca / ni si era de verdad / lo que dijiste que era /ni quién fuiste / ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido”, de Idea Vilariño). A veces, sin embargo, lo siento cerquita, lo siento aquí mismo, arrebujado bajo mi vientre, masculla noches sin lumbre. Ciudades sin playas.
Son casi las once de la noche, llego tarde a casa, la estación es un páramo, la calma que tanto anhelo se me escapa de las manos. He perdido otro tren, desenvuelvo el cable del iPhone (todo en mi bolsa está perfectamente ordenado) el orden es una trampa cuando deviene en rigidez, no deb…
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