Tractor y yo hemos construido una nueva rutina cada mañana. Mentira. No es nueva, algunas veces lo hacíamos —pero no siempre. Muchas veces lo dejaba estar por culpa de vete tú a saber qué tontería; las prisas, responder un email, cualquier mierda. Pero desde que pasó lo que pasó, desde que entiendo que cada día es un milagro (porque lo es) mi idea (con él) de la medida del tiempo ha cambiado.“There is only the eternal present”, dice siempre Julian Schnabel. Es verdad, tan solo existe este presente eterno.
Suena el despertador, una leve vibración en la muñeca, minutos antes de las seis. Trato de hacer el mínimo ruido posible, no quiero despertar a Laura, un pie tras otro (cada uno en su chinela) palpo a ciegas la botella de agua y el móvil, que siempre dejo sobre una base de carga inalámbrica. Giro el pomo el puerta, que da a un pasillo minúsculo, intento no tropezar con una de sus obras, que sigue apoyada sobre la pared. Abro ahora la puerta corredera que da al salón, como en esta aurora (todavía) reina un silencio absoluto lo escucho desperezarse al otro lado, escucho cómo baja del sofá, se acerca como una pantera, cuando deslizo la madera ya está ahí, sentado como una divinidad de otro tiempo. Cruzo el salón y camina lento entre mis piernas, su cola me roza cuando se entrecruza de un lado a otro, a veces creo que voy a pisarlo. Nunca ha pasado. A mitad del trayecto (me dirijo hacia la cocina, donde primero moleré los granos de café y luego —mientras hierva el filtro— llenaré sus cuencos con comida) es cuando sucede ‘ese’ momento. Tomo a Tractor, sin prisa, con ambas manos, apoya una patita sobre cada hombro, siento como nos acoplamos, desde fuera parece un abrazo (extrañísimo: es un gato) yo siento que lo es. Él hace un pequeño gesto (se “agarra” a mi cuello) con cada extremidad hasta que se abandona, si lo soltara caería. Pero yo no nunca te soltaré. Nunca.
Entonces comienza, suave, su ronroneo. Seguimos abrazados. Como una melodía que resuena muy dentro —a veces tengo la sensación de que esa música estuvo siempre ahí, que siempre estará: pero sé que eso no va a pasar. Comienzo a moverme en círculos, bailamos lento, no se escucha más que su amor. Apoya su cabeza sobre mi hombro, primero el derecho, luego el izquierdo. Son apenas dos minutos. Una eternidad. Antes de dejarlo, de nuevo, sobre el parqué, lo cojo con cuidado. Pesa bastante menos que antes de todo esto. Con mi pulgar derecho noto algo sobre su vientre, dentro de él, un objeto sólido. Es la válvula de su bypass ureteral subcutáneo, cosida a tu piel para (ahora cada tres meses) que puedan limpiar en el hospital veterinario su uréter artificial. En ese exacto momento siempre (siempre) me da un vuelco el corazón. Estás rotito por dentro, amor mío. No lo sabes —creo que es mejor así— pero no envejecerás con nosotros, no te veremos viejito, no (como en el aquel bellísimo poema de Idea Vilariño) estarás en un día futuro. Tan solo tienes presente.
Tras el primer café abro el portátil, contesto algún email, sonrío ante comentario de una lectora, me recuerda una cita de Nacha Guevara: “Estamos rotos, pero enteros”. Rotos, cubiertos de cicatrices, el miedo es una sombra que ya nunca se aleja. Pero y qué, si todavía suena la música. Qué más dará si todavía, cada mañana, siento tu ronroneo atávico cuando bailamos. Sé (porque lo sé) que es fácil decir esto: no te guardes nada. Llevo toda la vida escribiéndolo, ahora me falta hacerlo, ahora elijo hacerlo. Escribe ese mensaje, dile que la quieres, compra esos billetes, regala a tu gente tu bien más preciado: tu tiempo. Tan solo existe este presente eterno.
Presente eterno. Dos minutos. Qué importante, qué salvación (y condena) ser consciente para disfrutar de ese abrazo, de esa lentitud que ronronea. Maravilla de letras, como cada sábado. Gracias ♥️
Nos vamos a morir, lo malo es que todavía no nos hemos dado cuenta. Cada día es un regalo, y no hay que callarse nada por si mañana no estamos o no está esa persona. Gracias Jesús, feliz sábado tranquilo