Cuando la ansiedad medra no hay refugio donde guarecerse. Si paseas lento caminará a tu lado, acelerará en las curvas, sabrá moverse (como un gato) en las sombras, a la ansiedad se le dilatan las pupilas con el miedo. Ella ve cuando tú no ves. Esa es una buena pista, ahora que lo pienso. Me recuerda a una entrevista a la que vuelvo de tanto en tanto, Pepe Mujica (con un cigarro en la mano) frente a Jesús Quintero: “Mujica, ¿quiénes son los enemigos de la vida?” —“Los miedos que llevamos adentro”, contesta el de Montevideo. Desde hace no tanto leo cada noche, antes de dormir, me calma ese ratito entre letras, creo que el sueño es más plácido, los libros nos regalan muchas cosas pero si tengo que elegir tan solo una tengo claro la que elegiría: que sean refugio.
Tras volver del norte los días han cambiado, se quiebra la calma, ando armando las presentaciones de Vivir sin miedo, ayer llegó el sobre con el primer ejemplar que acaricio, huelo y siento. Iba envuelto en un papel de estraza, el nudo en el estómago, le pregunté a Laura: “¿A quién irá dedicado?”. Sonrió. Por estas cosas merece la pena el Cristo. Me asusta lo que viene: la exposición, la ansiedad, tanto tiempo fuera de casa, no estar a la altura, hacerme pequeño, desconectarme de lo importante. Hablo con Alba Carballal, del último lanzamiento (Algunos días de Acoidán Méndez) de su recién armada editorial: Plasson e Bartleboom. Me gusta su ideario: reivindicar la literatura a fuego lento, la profundidad de campo y la paciencia en la mirada. Me comenta lo mucho que le gusta la cubierta de mi libro, la ilustración de Quentin Monge, le confieso que fue fácil: “En cuanto la vi lo tuve claro: es esta”. Reconoce ese momento —“mola mucho esa sensación de zahorí: es aquí”.
El zahorismo nació con el anhelo de encontrar lo que tus ojos no ven: un pozo de agua subterránea en el campo yermo, metales sagrados o lineas telúricas. Siguen existiendo los zahoríes; mi mamá habló con José hace tan solo unos años, un varillero de Chantada, armado nada más que con una vara de olivo, vibró en un punto exacto de su labrantío, entre almendros y geranios, ahí cavaron su pozo. Acertó José. Eso debió sentir Robert Kincaid cuando encontró a Francesca en aquella granja de Iowa, cerca de los puentes de Madison: es ella. Es aquí. “En un universo de ambigüedad, este tipo de certeza tan solo llega solo una vez y nunca más, sin importar cuántas vidas vivas”. Tiene razón Alba, mola mucho esa sensación, cuando no hay lugar a la duda, tú lo sabes, algo dentro de ti lo sabe: es aquí. Sucede con los libros y con las personas pero también con una canción, un proyecto profesional, con un lugar, en cada encrucijada de tu vida: sé que no lo parece pero tras la incertidumbre habita una certeza. Lo sabes porque tu piel lo sabe, lo saben tus tripas, se prende cada célula de lo que eres, estás a salvo. Es aquí. Estás en casa.
Quizá es en realidad lo que somos: zahoríes en busca de una señal. La certeza está ahí, pero hay que afinar el oído, el corazón en llamas, mirar sin los ojos, ser un cuenco vacío. En realidad ya sé cuando “es aquí”. Cuando la abrazo cada mañana, rodeo su costado con mi mano, el ronroneo de Tractor, las almendras tostadas en el campo, cada tronco de leña con el que mi mamá sacia la chimenea, para que no se apaguen las brasas, la luz del atardecer, el agua del manantial. Es aquí.
Nunca más que ahora, es aquí Jesús. Con un cambio de vida de 180 grados, a mis inicios de los 30, decidí cambiar el rumbo de mi vida buscando justo eso, huir de la ansiedad, pararme a observar, descubrir que lo que tanto buscamos no está fuera, sino dentro de nosotros mismos. Por fin, tres años después, puedo decir que la terapia, la nueva vida de calma y tus “tips” semanales me han ayudado a encontrar lo más importante: la paz y el saber disfrutar de las pequeñas cosas. Vivir sin miedo ni ansiedad. 🫶🏻
Años buscando “mi casa” y al final la vida te enseña, te desprovee de todo lo superfluo, lo ligero, y te muestra no sin mucho dolor y esfuerzo que CASA eres tu mismo.