El pozo de la tristeza
Dos hombres que conozco —y quiero— andan rondando la depresión pero no lo saben. Tampoco se lo he dicho porque creo que solo empeoraría las cosas, pero yo lo sé porque lo noto en sus ojos, en su manera de caminar, en su forma de defenderse de nadie, de cobijarse bajo la tormenta. Lo hacen porque (creen) que viven bajo una nube negra pese al cielo azul, pese al amor limpísimo que los rodea. Si hubiese escrito esta carta hace diez años (más joven, más seguro, más imbécil) hubiese añadido “imaginaria” a la nube que los aborrasca pero ya no. Tú sientes la realidad así y por lo tanto así es, vemos el mundo como somos, imposible prender la candela si dentro tan solo hay invierno. Cuando hablo con ellos intuyo —porque he estado ahí— el pantano sin fondo, ese miedo atávico del que no pueden salir (propio de la depresión: cuando no consigues creer que un día estarás mejor), abajo me esperan monstruos pero tampoco es que me vea capaz de hacer otra cosa, así que aquí me quedo. En Buscaba la belleza traté de explicar cómo es caminar a través de ese bosque oscuro, antiguo, tóxico y sin embargo cálido: “Una casa vacía, un lago helado, un morirse hacia dentro”. Imaginamos la depresión pegada a la tristeza y al desamparo pero es el revés. El caído (soy ateo) es en realidad el ángel más bello, una mantita que da calor, cierta placidez que calma, una sábana de afecto yermo que te arropa sin juicio.
“Déjate caer en mis brazos”; eso escuchas, de alguna manera eso escuchas desde un lugar muy profundo, quédate aquí porque afuera hace frío. Aquí estarás bien. He pensado en ellos —en los dos— esta mañana tras el correo de una lectora, su pareja está en el pozo. Cañada llama a ese estado “el agujero” por culpa de un tema de The Handsome Family (los de los créditos iniciales de True Detective) titulado The bottomless hole, el final es tremendo: “Hasta que llegue al fondo, no creeré que no lo tiene”. Exactamente esa es la sensación, todavía no toco fondo, vamos a bajar un poquito más. Te falta el aire, la noche es el día, para quien está al lado debe ser un infierno: “Le noto un poco perdido, abrumado, confuso. Yo quiero acompañar, ayudar, pero hay cosas que no dependen de mí, siento mucha impotencia”. Siento un poco lo mismo. De nada sirve un “pasará” (pese a quien te lo dice lo cree sinceramente) porque lo que tú percibes es exactamente lo opuesto. No pasará porque no hay nada más que esto. A veces cuidar es sencillamente estar, poco más puedes hacer, no tengas prisa porque él hace tiempo que olvidó los relojes. Cuando sales entiendes: la respuesta no está lejos, pero tan solo él puede levantar la mano. Leo tu carta al alba, me despierta el sonido de la tormenta, nieva (hacía años que no) en París. Un coche cruza Rue de la Paix hacia la Place Vendôme, en el 2º arrondissement. Caen los copos blanquísimos sobre los tejados de pizarra gris. En realidad sí pasará. Como pasarán todas las cosas.



Como el reconocimiento de nuestras luces y nuestras sombras…
Leer esto estándo justo en ese lugar.