No todos los días pero al menos un día a la semana nos cruzamos, en nuestro paseo frente al mar, con Víctor Mazariegos, “Maza”. Maza dirije una empresa de gestión de piscinas y como la vida no es más una serendipia constante —esa causalidad mágica que conecta todas las cosas— resulta que una de esas albercas abiertas al barrio es la del parque de Benicalap, en la que aprendí a nadar, recuerdo ir casi todos los días en los veranos de mi niñez. Cuando iba sólo me gustaba aguantar la respiración bajo el agua, tras la escalera de la piscina para mayores, a veces llevaba un cómic que dejaba sobre la toalla, es curioso lo poco que cambiamos cuando crecemos.
Maza vive con su familia en una casita frente al mar no muy lejos de la nuestra, la suya forma parte de un camping, más pegadita al norte, en una zona ya sin casi vecinos. Es más fácil verlo en invierno, casi al anocher, siempre acompañado de sus dos perritas de pelo rizado blanco, a veces con sus auriculares puestos, siempre abstraido, ¿qué andará pensando? De tanto en tanto nos saludamos pero otras veces va tan a lo suyo que ni nos intuye, esos días no le molestamos, sencillamente nos cruzamos con el atardecer de fondo. Nos cae bien, nos gustan a Laura y a mí las personas un poco ajenas al mundo porque en realidad es lo contrario —es el resto del mundo el que no sabe hacia dónde va. Maza, tan perdido que parece, lo tiene clarísimo. Su paseo no esconde más que lo que vemos. Un ratito frente al mar. Un día nos dijo que para él esos minutos eran como una meditación sin instrucciones. “Voy pensando en mis cosas”. Tiene la mirada limpia como el agua de un arroyo. Siempre está sonriendo.
El equinoccio de primavera ilumina estos días el alba cubriendo de buganvillas las terrazas, florece el almendro, el aroma del jazmín toma las calles de nuestro desencanto. Esta misma mañana me escribe una lectora: “Buenos días, Jesús. Estoy buscando una fotografía tuya que en su día guardé en favoritos. Verás, era una imagen del mar, amanecía, junta a frase tan bonita que decía algo así como: el mar nunca es el mismo, y nosotros tampoco. Quiero hacerme un tatuaje chiquitín de una ola cruzando el mar con la palabra hoy, después de meses de terapia para tratar mi ansiedad y de aprender a priorizarme, aquella imagen se tradujo en una luz enorme que quiero ver a diario en mi piel. Lo hablo con mi psicóloga: la vida es como el mar, vienen olas de diferente amplitud y con diferentes consecuencias. Pero todas forman parte de la vida. Nosotros no somos siempre los mismos, igual que el mar”.
Cris recuerda al fin la imagen, era exactamente esta , “cazando amaneceres” junto a un buen amigo, cocinero gaditano, madrugamos para pescar, el sol era un salmo desde un barco chiquito, salimos a pescar, se llama Ángel León. La sabiduría que cobijta la frase es suya. Yo tan solo estaba allí. Esta semana Maza nos contó (los ojos iluminados como los de un niño) que el jueves era imposible distingir el cielo del mar, el horizonte nada más que un halo de calima serena, cada día un pequeño trazo cambia el lienzo, cada día es un milagro. El mar nunca es el mismo, y nosotros tampoco.
El mar siempre ha sido mi punto débil por todo lo que me ofrece, serenidad, vida, abrazo y aprendizaje. Yo sería como las olas en cada retroceso un avance. Gracias una vez más
Lo bonito y mágico de la vida es "saber ver a través de que parece igual y no lo es". Si sólo vemos rutina estamos mirando nuestros propios pies. El horizonte está esperándonos. Alcemos la vista 💛