La primera alarma en el móvil sonó exactamente a las 20:11 del martes, estábamos en la librería Ramón Llull, presentando el libro Mapa de soledades. Le compro a Laura la Poesía completa de Anne Sexton, “venid con el Mediterráneo en un día soleado donde las estrellas duermen justo debajo de la superficie” . Nos asustamos, Dana ya había castigado sin piedad a Valencia, recordamos la tormenta eléctrica de hace tan solo cinco años, las lluvias torrenciales, el mar sin playa. Era imposible imaginar lo que vendría. Todos estamos al borde del abismo pero no lo sabemos.
No sabía si escribir esta carta. Para qué. Nos escriben (nos escribís) desde muchos lugares, estamos bien, tan solo (mi hermana) pérdidas materiales, lo construido a lo largo de tantos años. Le digo “lo recuperaréis”. Me contesta con una carita triste. No sé qué decir. Observo a Laura con las bolsas de ropa, la comida para los refugios, el móvil en la mano. Arden los grupos de Telegram, Whatsapp o Instagram. La incertidumbre muta en rabia, tristeza, dolor, una pena infinita, no hay consuelo. En este mismo instante son 207 muertos y más de 1.900 desaparecidos, intuimos que serán muchos más. Pero entre los escombros, al borde de ese abismo, también se cuela la luz —los vemos en stories, en mensajes, en un millón de pequeños gestos. Mientras los políticos se pelean, el corazón de Valencia late inquebrantable, rompe muros, cruza galaxias.
Las diez trabajadoras de la residencia de mayores en Sedaví que subieron a 124 ancianos, a pulso, los dos pisos mientras el agua lo inundaba todo. La familia que tiende, desde la ventana de su terraza, un cordel anudado con sábanas, para rescatar a un chaval sin futuro subido a un coche en mitad de la riada. Aquel vecino, ahogado hasta la cintura, quebrando el cristal del patio para salvar la vida de una madre y sus dos niñas. Los bares de la ciudad cocinando a deshoras. Los tractores de la Unió Llauradora. Las manos —el coraje— de tantos jóvenes que hasta ayer eran adolescentes. Hoy son héroes. Son miles. Sábado por la mañana, como cada mañana desde que empezó todo esto, una riada de personas cruzará el puente desde San Marcelino hasta el barrio de la Torre con cubos, escobas, mantas, velas para iluminar la noche, agua potable, bolsas con comida y corazón, un corazón inquebrantable. Personas ayudando a personas. El pueblo salvando al pueblo. Tras la grieta, a veces se cuela la luz.
Formas de ayudar. Hay cientos de plataformas y organizaciones de voluntarios desde las que colaborar. Si estás en Valencia, el Banco de Alimentos recoge víveres para las personas afectadas en el campo de Mestalla y el estadio Ciutat de València.
El “pueblo salva al pueblo” se convierte en una sentencia porque nos han delegado la responsabilidad de salvarnos. El sistema está roto y “ellos” han abdicado de todas sus responsabilidades.
Todo ha llegado tarde.
No hay palabras para tanto dolor. Joder que horror.
Buenos días y un fuerte abrazo a todos los que estáis en las zonas afectadas.
Es cierto que somos el pueblo los que estamos dando una lección a los que nos dirigen (no entro en colores) pero no debería ser así. El hecho que estemos orgullosos y agradecidos de pertenecer a un pueblo tan generoso y que se crece ante las adversidades, no exime a nuestros dirigentes de dar respuestas a su pueblo. Porque es una dejadez de las responsabilidades.
Un fuerte abrazo a todos