Perdón, soy contradictorio. Recuerdo nítidamente una frase sobre alguna pared en Alfama, las callejuelas desperezándose muy lento sobre un millón de colores: “¿Qué es sin locura el hombre más que un animal sano?”... intuyo en Pessoa un contradictorio con patas. Aquí tienen a otro. Y es que de un tiempo a esta parte ando disculpándome cada dos por tres frente al autor de esta carta (yo) por culpa de este sindiós que es vivir pegadito a la incoherencia.
Me pasa cuando paseamos por El Club del Gourmet y algo muy telúrico (y muy chungo) me lleva de cabeza al foie, y pienso de corazón que no debería pero es que pues eso; os juro que me preocupa muchísimo esta deriva aterradora del planeta pero más de dos veces he tirado las bolsas de basura en el mismo contenedor por no andar cincuenta metros. Ya está ahí la culpa asomando el gaznate… “¿Qué tal tu día, Terrés? Soy tu culpa y hoy seré tu comparsa en la cofradía del pero qué has hecho”. Ya no me avergüenza admitir que me pirra La isla de las tentaciones (en serio: me gusta, como un gorrino en un charco) pero de ahí a decirlo en alto va un trecho gordo, no vaya a ser que penséis que soy un tarugo. Menudo escritor de mierda. Ningún problema en presumir de Cat Power pero con Rocío Jurado ya tal —qué gracia me hizo lo de Jabois esta semana con Lorena G. Maldonado: “sólo a los hijos de puta no les gusta Rocío Jurado”. Pues un poco, ¿no?
Y me enfurruño con el adolescente que fui porque aquel niñato lo tenía todo clarísimo: menudo imbécil, y me da hasta ternura cuando todavía alguien espera de mí un discurso inflexible: pero si la semana pasada dijiste lo contrario… como si mis contradicciones fuesen un pecado (yo creo que son un espejo, y precisamente por eso te pican) pero es que no lo son, cómo iban a serlo. No te cojo el teléfono pero te quiero, a veces me ahogo en mi desapego y otras soy una folcrórica: joder, que estoy vivo. En algún momento asumí que soy mis certezas pero también (quizá con más razón) mis desórdenes, y tengo claro que aceptarlos es entender la secuencia más importante de esta película. Se llama madurez.
Como dice Malcolm Gladwell: “Si no te contradices regularmente, entonces no estás pensando”.
Te planteo el siguiente debate: ¿No deberíamos aspirar al control? ¿No es nuestro objetivo conseguir ser mejores controlando nuestros deseos, eligiendo nuestros ocios? Es decir, en este texto maravilloso hay una renuncia, una dejadez. Hay un reconocimiento de que te mueve un impulso animal casi, a hacer lo que te apetece sin mas. Siempre me ha resultado muy interesante esta dicotomía. El impulso inconsciente frente a la lógica. Muchas gracias por el texto, es delicioso.