Coleccionar recuerdos
Unos de los recuerdos que sé que no podré olvidar nunca es de hace casi una década, cuando (veinte años después de perderlo) volví a celebrar el entierro de mi padre. Me preguntan mucho en torno a los porqués. Son varias las razones. Una es esta: tengo la certeza de que cuando pasa tanto tiempo somos otros —no exactamente otros, porque nuestro barco (como en el paradoja de Teseo) sigue siendo el mismo— pero nuestros anhelos, nuestros miedos y nuestra mirada ya no son los de antes. No pueden serlo. Necesitaba volver a vivir aquello (su entierro) porque en su momento lo viví a medias, estaba pero no estaba, cómo iba a estar. Por eso volver a hacerlo, porque este otro yo se merecía habitar de nuevo aquel adiós casi intangible. Fue al atardecer, frente al Castillo de San Sebastián, en La Caleta. Lo hice solo (tenía que ser así) sus cenizas derramadas sobre el mar, Laura me esperó sobre la arena que hay a la vera del Balneario.
Siempre que vuelvo a Cádiz vuelvo a pasear entre sus barcazas d…
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