Unos de los recuerdos que sé que no podré olvidar nunca es de hace casi una década, cuando (veinte años después de perderlo) volví a celebrar el entierro de mi padre. Me preguntan mucho en torno a los porqués. Son varias las razones. Una es esta: tengo la certeza de que cuando pasa tanto tiempo somos otros —no exactamente otros, porque nuestro barco (como en el paradoja de Teseo) sigue siendo el mismo— pero nuestros anhelos, nuestros miedos y nuestra mirada ya no son los de antes. No pueden serlo. Necesitaba volver a vivir aquello (su entierro) porque en su momento lo viví a medias, estaba pero no estaba, cómo iba a estar. Por eso volver a hacerlo, porque este otro yo se merecía habitar de nuevo aquel adiós casi intangible. Fue al atardecer, frente al Castillo de San Sebastián, en La Caleta. Lo hice solo (tenía que ser así) sus cenizas derramadas sobre el mar, Laura me esperó sobre la arena que hay a la vera del Balneario.
Siempre que vuelvo a Cádiz vuelvo a pasear entre sus barcazas de colores, camino lento entre los cabos, las rocas y las cadenas oxidadas. Vuelvo para despedirme pero también para algo que no había pensado hasta hoy: para subrayar lo importante. En una de las películas favoritas de mi padre (Blade Runner) los replicantes coleccionaban recuerdos de otros porque estaban condenados a una vida breve: tan solo cuatro años. Criaturas sin pasado ni futuro, sin anclajes emocionales. Si somos lo que nos precede, ¿qué somos cuando olvidamos el árbol que nos cobija? Uno de ellos —León Kowalski– esconde Polaroids robadas en un cajón de su cómoda, no son recuerdos de grandes momentos, tan solo escenas cotidianas aparentemente insignificantes. Pese a que en realidad no eran suyas, esas fotografías (explica Deckard) “eran todo lo que tenían para construir un pasado”. Su obsesión era vivir más —“I want more life, father”— con el anhelo de entender por qué vivimos. Tengo la sensación de que, a diferencia de los replicantes, a veces olvidamos las preguntas importantes.
Un café en Santa Justa, en breve partirá el tren hasta la Estación de Cádiz, esta tarde volveré a La Caleta para subrayar aquel recuerdo. Pero antes (por la mañana) un ratito en el festival Verso Libre, al finalizar abrazo a Alejandro Simón Partal, siempre que lo veo se lo recuerdo: “estamos bendecidos”. Sonríe bonito. Dos amontillados con Pepe en su taberna de la calle Feduchy, el café cortito sobre la barra del Brim, un pisco con Pepe Baena entre sus óleos en su estudio de la calle Cobos. Más tarde patearé la ciudad más alegre del planeta a través de Sagasta hasta Virgen de la Palma, un dobladillo de Caballa y una tortillita de camarones con Mario Jiménez en la calle Venezuela esquina con San Félix. Mario gobierna el negocio de su familia —El Faro—, tiene en el antebrazo tatuada una palabra curiosa: Saudade. Algo entre la nostalgia y la melancolía, perdió a su papá hace tan solo cuatro años. Se rompe bajito cuando lo dice. Le pregunto (no puedo evitarlo) si él lo sabía. Si sabía que era el final. Pues claro, pero no le echó cuenta, tuvo cerquita a la gente que quiso. Vivió “por derecho”. Pasamos la noche frente al mar, me presta su traje de baño, abrimos una botella de Jacques Lassaigne sobre la arena. Dos copas, morena frita, el sol se vuelve ausencia. Sin prisa, sin frío, sin miedo.
No puedo dormir. Demasiadas emociones. Un email de Laura, leo los resultados del Happiness Research Institute, no os van a sorprender: “The business of life is the acquisition of memories. In the end that’s all there is”. Por la mañana unos churros en La Guapa antes de volver a casa, Cádiz siempre me cura. Hace tan solo tres semanas renovamos los votos de nuestra boda, ahora entiendo el porqué: subrayar lo intangible. El arte de vivir se resume en esto: coleccionar recuerdos. Mi primera feria de libro en Madrid, las sobremesas en Alcossebre, el ronroneo de los gatos, cuando abrazo a Laura por la mañana —y todavía está dormida, me aterra olvidar qué es lo importante. Celebrar cada tontería, decirle a la gente que quieres que la quieres, no hacer planes porque es que no los hay. Construir recuerdos es vencer al tiempo. La derrota es olvidar.
Ojo que el Chat se está animando. Nació como un experimento, pero cada día se parece más a lo que yo tenía en mente: un refugio en mitad del bosque donde poder expresarnos, compartir miedos, no juzgar nunca, tan solo opinar desde el corazón. Es absolutamente privado, solo para la gente sensible de Claves. Algunos hilos interesantes: “¿Qué hacer cuando te despiden abruptamente sin esperarlo?” o “Cada vez que conozco un grupo nuevo al principio me siento bien pero con el tiempo empiezo a sentirme incómoda”.
Subrayar lo intangible…. Menuda verdad!!! Nos pasamos la vida luchando por lo tangible, cuando el verdadero tesoro es lo intangible….
Gracias por recordarlo.
‘Pasamos la noche frente al mar, me presta su traje de baño, abrimos una botella de Jacques Lassaigne sobre la arena. Dos copas, morena frita, el sol se vuelve ausencia. Sin prisa, sin frío, sin miedo.’
Idea de felicidad perfecta. Gracias por llevarme.