La primera persona de la que me enamoré fue también la primera que me abrazó tras la muerte de mi padre. Mentira. No fue exactamente así. Habían pasado (creo) dos semanas (durante el duelo el tiempo pierde su textura) desde aquel domingo, supongo (seguro) que hubo muchos abrazos en la misa, el tanatorio o en el cementerio. El abrazo del que estoy hablando fue el primero tras volver a “la vida de antes” (que ya nunca sería la de antes, pero eso yo no lo sabía); hacía poco tiempo que había comenzado la universidad. Fui caminando desde casa, atravesando el parque de Benicalap, hasta la parada del tranvía en Florista. Allí sucedió. Ella (una compañera de clase) me abrazó nada más verme. Ya lo sabían todos, claro. Que era “el chico sin padre”. Recuerdo la ropa, unos Levis gastados, zapatillas blancas, pelo corto. Su abrazo fue hondísimo, me calmó, me trajo de vuelta a aquel día. ¿Cuánto influyó ese momento en el beso que sucedió un par de meses después?
He recordado ese momento exacto mientras diluvia sobre Teruel, vuelvo de un acto en Zaragoza, he abrazado a muchas personas. Y sin embargo dos de esos abrazos han sido diferentes. Sombra bajo los chopos, sentirte en casa, calorcito bueno. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que sencillamente conectemos con otro ser humano? Pienso en el abrazo de mis amigos. En cada uno de ellos. Son (claro) diferentes —pero todos me calman, en todos puedo caerme, me gusta (también) su olor, el tempo exacto, son bosques que guarecen. Nunca, ninguno, me ha sobrado. Me abrazan como la niebla cuando baja de los cerros, fuera hace frío, los ramales de granizo anuncian tormenta. Pero yo me siento a salvo.
El abrazo de Laura es manantial de ternura, misterio insondable, su luz me traspasa. Sábanas blancas tendidas, bajo el sol del otoño, sobre el olor de la tierra. Creo (de corazón lo creo) que podemos conocer a alguien sintiendo su abrazo. Al menos intuir si seréis compatibles, si caminaréis juntos (un ratito aunque sea) en torno a los márgenes de la vida. Y sin embargo (ya ves) de un tiempo a esta parte el contacto físico se demoniza. Escribió Noel: “Solo sueño con un mundo sin dos besos, sin manos entrelazándose, sin contacto físico”. Nunca se nos ha alertado tanto contra el afecto más atávico —que es tocarse, olerse, exponer tu fragilidad— y probablemente sea cierto, quizá tengáis razón: el contacto es también exponerte a un trillón de bacterias, microorganismos, enemigos invisibles. Pero… ¿qué sucede con el virus de la soledad, del frío, de la distancia? Cuando abrazas (de verdad, con el corazón, sin atajos) el mundo se para. Se quiebra la tristeza. Cruzamos ese puente. Todos los puentes.
Leerte hoy Jesús ,me ha trasladado a la pandemia … soy médico, mi hijo tenía 10 meses.
Aprendió a hacer el gesto del abrazo abrazándose a él mismo y luego lanzándolo … yo solo deseaba arrancar de él esa lección que sin querer aprendió. A día de hoy tiene 5 años, cuando estoy de guardia por videollamada me lanza los abrazos así.. pero por suerte cuando estamos juntos le he enseñado que hay que abrazar sin miedos.. hay que abrazarse y desabrazarte para abrazar a otros .
Gracias como siempre. Un placer leerte
Los abrazos son muchas veces la manera de expresar lo que sentimos cuando nos faltan las palabras, cuando no hay manera de expresar eso que queremos transmitir.
Gracias.